La frialdad que empezamos a desarrollar a principios
de aquel mes fue la que nos llevó al fracaso, a la derrota. No se debió a
ninguna decisión que tomamos, ni siquiera a un hecho relevante. Fue simplemente
el orgullo el que nos llevó a la perdición. Ninguno de los dos admitimos que
llevábamos tanto tiempo queriéndonos que hacía mucho que los días y noches se
confundían, y que ya no sabíamos distinguirlos. Pero tampoco pudimos reconocer
que jamás logramos amar a otras personas
que a nosotros mismos. Tú nunca te quisiste más que a ti mismo, y yo no me enamoré de
otra que no fuera yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario