Aquella mañana era especial.
Desperté sobre ti. Tu cuerpo desprendía calor. Miré la hora en el viejo reloj
que descansaba sobre mi mesita, era tarde. Me levanté silenciosamente, no sin
antes darte una caricia y hundir mi cara sobre tu blanco cuerpo. Tras ducharme,
regresé a tí. Estabas frío, ya no me apetecía volverme a dormir. Te cogí por
uno de tus extremos y te deslicé tapando mi
cómoda almohada. De esta forma, querida sábana, hice la cama aquel día.